Todos tenemos miedo a equivocarnos. El miedo es mayor cuanto más valioso es lo que está en juego. Muchos pacientes a lo largo de este año me han preguntado, como a mis colegas, qué opinaba de la situación, de la evolución de la pandemia. Supongo que cada cual le habrá dicho a su paciente lo que creía… o acaso lo contrario. O se haya reservado su opinión, algo a lo que también una persona puede tener derecho. Aunque quizás, en ocasiones, ese derecho ser causa de graves daños. Porque a veces callando se coopera al mal. Y muchos médicos y pacientes nos preguntábamos qué decían al respecto las autoridades sanitarias (las verdaderas autoridades, las que saben de medicina, no los cargos políticos) porque llamaba la atención que durante la crisis no se hubiese contado en el equipo de gestión con médicos expertos, con los que conocían y vivían la situación en primera línea.Tras el desbordamiento de los hospitales (en Madrid y en algunas otras provincias) nos quedó mucho miedo en el cuerpo. Ahora, ante la más mínima insinuación de que aquello puede volver se nos encoge el alma. Porque septiembre ha comenzado, como era de esperar, con un repunte en el número de afectados por COVID19. El análisis de las cifras oficiales, simplemente de los datos que las distintas comunidades iban dando, han despejado algunas de nuestras sospechas. No sólo queda patente que se contabilizan más “casos” sino que se hace sin orden ni concierto: resulta imposible entender los cambios en las cifras de un día para otro. Cada cual puede coger las listas publicadas y hacer el ejercicio de los acumulados. Imposible. Hay mayor número de afectados en algunos hospitales, nada que ver con primavera, y habrá que estar al tanto de la evolución. Pero las autoridades médicas, que no sanitarias, están ya poniendo el ojo en el análisis de esos casos notificados para ver si realmente existe base para justificar la alarma social. Pero no hace falta ser médico para darse cuenta, basta con ir a los hospitales o viajar por Europa. Si apaga la televisión, se acaba la alarma social.
En síntesis y según mi opinión, ante una situación médica de escaso relieve se organiza una alerta sanitaria promovida por los gobernantes a través de los medios de comunicación para crear un clima de tensión que justifique el recorte de libertades. Y esto ante el silencio (culpable) de la comunidad médica que, en su vertiente sindical, pretende aprovechar la crisis para medrar en sus reivindicaciones laborales. No es ético fomentar el miedo entre la población de manera injustificada para conseguir fines, aunque sean “nobles”. Porque los médicos ni nos hemos sentido héroes en primavera y debemos ser villanos en otoño. Pero entonces, ahora y siempre nos debemos a nuestros pacientes.
Dejar un comentario