Hace dos semanas estuve con él. Hace dos días que se ha muerto. Había ido por fatiga al hospital, cansancio, falta de aire, ante esfuerzos mínimos con una vida plena a sus 58 años recién cumplidos. Su diabetes había contribuido a deteriorar las coronarias y llegaba a urgencias con el corazón bloqueado latiendo 34 veces por minuto y con un infarto de miocardio en curso del que no tenía más noticia que su fatiga. Ingresó en coronarias y de ahí le llevaron a la UCI porque el exudado nasofaríngeo preceptivo de las urgencias le había dado positivo. Cuando fui a verle llevaba cuatro días ingresado y la fracción de eyección de su corazón eran menor del 30%. Hablamos algo de medicina, -él había estudiado la carrera pero nunca la ejerció- y me dijo que le iba a quedar un corazón como una patata. Estaba en las mejores manos posibles, con un equipo sensacional, con todas las medidas que se pueden poner desde el punto de vista médico. Pero su corazón se reinfartó o sufrió una arritmia, no me ha quedado claro, de la que no salió.
“¿Te das cuenta de que soy un paciente COVID aunque ni tengo fiebre ni neumonía?” me dijo. Acababa de tener noticia de la polémica que circulaba por las redes acerca de ciertos vídeos. “Eso parece… no sé cómo figuras asignado…” le dije como restando importancia al hecho burocrático de su clasificación. Entonces me soltó las palabras con las que he titulado este post y se me heló la sangre. No me atreví a volver a verle y ahora, dos días después de su muerte, comienzo a comprender lo que me quiso decir. Al fin y al cabo, no está más muerto el que se muere por una causa que por otra. Pero siempre hay alguien que saca partido de las cifras de muertos… mueran de lo que mueran. Siempre en mi recuerdo, amigo, tu familia será la mía. Perdona mi cobardía y hasta siempre.
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